Artículo de información

José Carlos Botto Cayo y Abel Marcial Oruna Rodríguez

21 de abril del 2025

Mario Vargas Llosa es uno de los escritores más complejos y rigurosos de la narrativa contemporánea en español. Su obra no solo ha alcanzado reconocimiento mundial, sino que ha definido una estética particular que combina el análisis estructural con una profunda indagación en los dilemas del ser humano. Desde sus primeras novelas hasta sus ensayos más recientes, Vargas Llosa ha cultivado una literatura que se desenvuelve entre lo formalmente experimental y lo emocionalmente intenso, logrando una cohesión que lo distingue como uno de los grandes narradores del siglo XX y XXI.

Más allá de los temas sociales o políticos que a veces se le atribuyen, lo que define la trayectoria de Vargas Llosa es su obsesión por la forma narrativa. Cada novela es un laboratorio estilístico: la fragmentación del tiempo, la multiplicidad de puntos de vista, los diálogos entrelazados y la autorreferencia se convierten en recursos constantes para desentrañar los límites entre ficción y realidad. Su literatura no es solo testimonio, sino una exploración radical del lenguaje y la conciencia narrativa (Kristal, 1998).

La formación de un novelista total

Desde sus inicios, Mario Vargas Llosa se propuso ser más que un narrador: aspiró a convertirse en un «novelista total». Esta idea, que aparece con frecuencia en sus ensayos y entrevistas, implica una visión amplia del arte de novelar, donde el escritor debe dominar no solo la historia que cuenta, sino también la manera de contarla. En La ciudad y los perros (1963), su primera novela, ya se observa este planteamiento: la alternancia de voces, el uso del monólogo interior y la ruptura de la linealidad temporal marcan una diferencia sustancial con la narrativa latinoamericana de su tiempo (Cornejo Polar, 2010).

La influencia de William Faulkner fue decisiva en esa etapa. Vargas Llosa adoptó la técnica de la polifonía y del tiempo fragmentado para representar la experiencia de sus personajes en espacios cerrados y opresivos. Esta complejidad formal no es gratuita: responde a una búsqueda por representar el caos interior del ser humano, sus contradicciones y angustias. El Colegio Militar Leoncio Prado se convierte, en La ciudad y los perros, en una metáfora del autoritarismo y la pérdida de la inocencia (Kristal, 1998).

El proyecto de convertirse en un novelista total también se expresa en la variedad temática de su obra. Desde la sátira política de Conversación en La Catedral hasta el erotismo lúdico de Los cuadernos de don Rigoberto, Vargas Llosa ha incursionado en múltiples géneros sin perder una identidad narrativa clara. Su versatilidad no diluye su estilo; por el contrario, lo consolida como un autor consciente de cada palabra, cada estructura, cada ritmo (Rodríguez Monegal, 1981).

El dominio técnico del narrador se convierte, en su caso, en una forma de ética literaria. Vargas Llosa ha sostenido en diversas ocasiones que el escritor tiene la responsabilidad de no escribir mal, de no defraudar al lector. Esta ética de la perfección estilística lo ha llevado a revisar obsesivamente sus textos, a reescribir capítulos enteros, a estudiar estructuras narrativas ajenas como parte de un aprendizaje incesante (Ludmer, 1995).

Estructuras y experimentación formal

Uno de los rasgos más notables de la narrativa de Vargas Llosa es su búsqueda constante de formas nuevas. Esta experimentación no es decorativa, sino funcional: responde a la necesidad de representar realidades múltiples, conflictivas y simultáneas. En Conversación en La Catedral (1969), por ejemplo, la historia se arma a partir de una larga conversación entre dos personajes, durante la cual se despliegan diversas líneas narrativas que se entrecruzan como un tejido complejo (Kristal, 1998).

El tiempo narrativo en sus novelas no es cronológico, sino que responde a un montaje deliberado de escenas, recuerdos y perspectivas. Esta estructura fragmentaria no solo enriquece el punto de vista, sino que obliga al lector a participar activamente en la construcción del sentido. Vargas Llosa no guía de la mano: plantea desafíos, crea tensiones, obliga a releer. Sus novelas no se leen rápido; se descifran (Cornejo Polar, 2010).

En La guerra del fin del mundo (1981), inspirada en el conflicto de Canudos en Brasil, Vargas Llosa llevó al extremo su ambición estructural. Alterna docenas de puntos de vista, introduce saltos temporales abruptos y utiliza una prosa que se adapta a la intensidad de la escena narrada. La novela no solo recrea una guerra: plantea una visión filosófica del fanatismo, del poder y de la historia como relato siempre problemático (Ludmer, 1995).

Este afán formal también se observa en novelas más tardías como El hablador o El sueño del celta, donde la estructura circular y los cambios de perspectiva sirven para cuestionar la identidad, el lenguaje y la relación entre mito y verdad. Vargas Llosa no se repite: cada novela es una arquitectura única, construida para un propósito temático específico. Esta coherencia entre forma y fondo es una de las grandes virtudes de su obra (Rodríguez Monegal, 1981).

Personajes, conflicto y libertad

Los personajes de Vargas Llosa no son arquetipos ni símbolos: son seres profundamente humanos, marcados por el conflicto, la contradicción y el deseo. En casi todas sus novelas aparece un personaje que busca liberarse de una estructura opresiva —sea una institución, un sistema de creencias o una relación personal—. Esa búsqueda de libertad es una constante, aunque casi siempre frustrada (Kristal, 1998).

El conflicto, en su narrativa, no es solo externo. Los personajes luchan consigo mismos, con sus pasados, con sus deseos. Esta complejidad psicológica está siempre entrelazada con el estilo: los monólogos interiores, los diálogos entrecortados, los puntos de vista cruzados reflejan la fragmentación interna de los protagonistas. El lenguaje se convierte en extensión de su mundo interior (Cornejo Polar, 2010).

En El hablador, por ejemplo, el protagonista se desdobla en un narrador occidental y otro amazónico. La tensión entre ambos refleja no solo una crisis identitaria, sino también un conflicto cultural, lingüístico y ético. El personaje no puede elegir entre dos mundos: es ambos y ninguno al mismo tiempo. Este tipo de construcción desafía la linealidad psicológica y muestra la potencia narrativa del mestizaje (Ludmer, 1995).

La libertad, entendida como posibilidad de elegir, de narrarse a uno mismo, es uno de los ejes centrales de su obra. Pero es una libertad difícil, dolorosa, a menudo fallida. En ese sentido, sus personajes no son héroes triunfantes, sino buscadores. Y es en esa búsqueda —llena de errores, ambigüedades y belleza— donde Vargas Llosa despliega todo el poder de la ficción (Rodríguez Monegal, 1981).

El ensayo como reflexión sobre la literatura

Además de su obra de ficción, Vargas Llosa ha desarrollado una intensa producción ensayística dedicada a la literatura. Libros como La verdad de las mentiras o Cartas a un joven novelista revelan su concepción profunda del arte de narrar. Para él, la novela es una forma de conocimiento que permite acceder a verdades que otros discursos no alcanzan (Vargas Llosa, 1996).

En estos textos, el autor analiza a los grandes novelistas que lo han influido: Flaubert, Faulkner, Sartre, García Márquez. Pero más allá del análisis crítico, lo que predomina es una celebración del poder de la literatura para cambiar al lector, para sacudir sus certezas, para ampliar su visión del mundo. La novela, en su visión, es una rebelión contra lo establecido, una apuesta por la complejidad (Kristal, 1998).

En Cartas a un joven novelista, Vargas Llosa reflexiona sobre las técnicas narrativas, los desafíos del oficio y la importancia de la vocación. A diferencia de otros manuales de escritura, este texto no simplifica el proceso creativo. Por el contrario, lo eleva a una forma de experiencia vital, donde el trabajo riguroso convive con la pasión estética (Rodríguez Monegal, 1981).

Estos ensayos cierran el círculo de su obra: la teoría y la práctica se iluminan mutuamente. Leer sus novelas y leer sus ensayos es participar de una conversación coherente sobre la literatura como arte mayor, como forma de vida, como vehículo de libertad y de belleza (Ludmer, 1995).

Referencias

Cornejo Polar, A. (2010). Narrativa y poder en Mario Vargas Llosa. Lima: Fondo Editorial PUCP.

Kristal, E. (1998). Temptation of the Word: The Novels of Mario Vargas Llosa. Estados Unidos: Vanderbilt University Press.

Ludmer, J. (1995). Literaturas y escrituras: teoría y crítica literaria en América Latina. Buenos Aires, Argentina: Ediciones Nueva Visión.

Rodríguez Monegal, E. (1981). El arte de la novela: Ensayos sobre narrativa hispanoamericana. España: Editorial Ariel.

Vargas Llosa, M. (1996). La verdad de las mentiras. Lima: PEISA.