Artículo de opinión
José Carlos Botto Cayo
23 de agosto del 2025
No vine a soplar vitrinas.
Vine con manos: garlopa, lija, lápiz 2B,
un cuaderno con manchas de café
y la costumbre de rezar bajito antes de empezar.
La moda grita. Yo mido con plomada.
La línea recta no se negocia:
se aprende, se repite, se sostiene.
Vengo de casetes remendados,
de Doble Nueve buscando señal en la lluvia,
de apagones que enseñaron a leer a vela
y a no sobreactuar el silencio.
Avenida Larco a pie,
libretita en el bolsillo,
un sándwich envuelto en papel,
la cabeza fría, el deber caliente.
La pantalla canta de noche. La apago.
Prefiero el crujido de la silla,
el diccionario abierto,
la paciencia que afila el filo.
Me dicen: “Sube con un clic”.
Las cosas que valen tienen frío.
Se sube con pasos cortos y con hambre,
se baja con la vista limpia.
Miraflores guarda sus huellas:
Pucllana al fondo, sal en el aire,
el reloj marcando en serio,
la voz del padre: “Hazlo bien o no lo hagas”.
El óxido no duerme; yo tampoco.
Aceite, trapo, herramienta en su sitio,
la mesa barrida como un templo.
No compro brillo: cobro trabajo.
La foto espera; el texto no.
Primero la idea derecha,
luego la firma, sin trompeta.
Si caigo, caigo de frente.
Me levanto, barro, sigo.
La dignidad es músculo antiguo:
se entrena con ayuno de aplausos.
A los devotos de la espuma, distancia.
No por soberbia: por higiene del alma.
El corazón necesita peso,
un maestro, un margen, un “no” a tiempo.
Amanece y vuelvo a la mesa.
Lima despierta con voz de oficio.
La tradición no encadena: sostiene.
La cargo al hombro y camino.
Al cerrar el día, sin épica,
anoto en el cuaderno:
Se hizo lo que tocaba.
Mañana, mejor.