Artículo de información
José Carlos Botto Cayo y Abel Marcial Oruna Rodríguez
8 de abril del 2025
Juan Javier Salazar fue una figura fundamental del arte contemporáneo peruano por su capacidad para fundir la crítica social con el humor, la estética popular con la erudición, y el activismo con la creatividad. Su obra no solo desbordó los límites tradicionales del arte, sino que propuso una nueva forma de pensar el rol del artista como sujeto crítico, como narrador de la historia y como creador de mitologías nacionales desde lo cotidiano. Su presencia en la escena plástica no se limitó a las salas de exposición; fue un agente cultural que intervino en la ciudad, en el transporte público, en el lenguaje común, convirtiendo lo banal en materia poética y lo absurdo en una forma de resistencia (Quijano, 2018).
Lo importante en Salazar no fue solo el objeto artístico sino el gesto, la acción, la presencia misma del artista. Fue capaz de diseñar estrategias de comunicación y performance que implicaban al espectador en un juego de ironía, complicidad y reflexión. Su imaginario giraba en torno al Perú, no como una entidad abstracta, sino como una experiencia viva, contradictoria, precaria y mágica. A través de su obra, Salazar construyó una narrativa visual de la historia nacional que desmitificaba los discursos oficiales sin renunciar al afecto por lo popular (Fowks, 2016).
Trayectoria y colectivos
Salazar fue parte de una generación de artistas que se rebeló contra el formalismo académico y buscó nuevas formas de acción estética en el espacio urbano. Su participación en colectivos como Paréntesis y sobre todo en E.P.S. Huayco marcó un hito en la historia del arte peruano. Con Huayco desarrolló obras de carácter efímero, hechas con materiales populares como latas, papel o tela, que eran instaladas en barrios populares o espacios públicos (Carrillo S., 2022).
Una de las acciones más recordadas fue la instalación de Sarita Colonia hecha con latas de leche en un arenal de Lima. Esta imagen no solo recuperaba un icono religioso marginalizado, sino que intervenía el paisaje urbano con un mensaje estético y político. El arte de Salazar, desde sus inicios, fue una forma de insubordinación simbólica contra el canon oficial y una reivindicación de la cultura popular como lenguaje legítimo de lo contemporáneo (Quijano, 2018).
Posteriormente, en su trabajo individual, Salazar continuó con esa lógica de lo efímero, lo lúdico y lo crítico. Su muestra «La refrescante aventura de un anti-plástico» en 1981, y su proyecto «Transportes Aparicio: 50 grandes no éxitos», marcaron su estética iconoclasta. Desde el inicio, rechazó la idea de arte como mercancía; su interés estaba en el proceso, en la comunicación, en la capacidad de provocar pensamiento (Villacorta, 2022).
En la retrospectiva «Super-visiones» (2006), se recogieron obras de distintas épocas que revelaban la coherencia de su pensamiento artístico. Desde serigrafías y afiches hasta instalaciones y relatos ilustrados, todo sugiere un mismo impulso: narrar el Perú desde abajo, desde lo informal, desde lo que el poder desprecia o borra (Fangacio, 2016).
Estética e ironía visual
La obra de Salazar se define por su capacidad para tensionar los límites entre arte y vida cotidiana. Su uso de materiales pobres, su obsesión por el lenguaje callejero y su habilidad para conectar con lo popular, lo convierten en un caso singular. Salazar usó la ironía como una herramienta política, un dispositivo de desmontaje simbólico que permitía mostrar la precariedad de los discursos oficiales (Quijano, 2018).
Muchos de sus trabajos tienen un componente verbal: frases, narraciones, juegos de palabras. Obras como «Perú: país del mañana» utilizan el humor para criticar la historia política del país, poniendo en boca de todos los presidentes la palabra «mañana». Con ello, se evidencia la repetición de promesas incumplidas y la eterna postergación del progreso nacional (Villacorta, 2022).
También sus «Peruchitos», mapas del Perú en forma de jaguar rellenos de huairuros y ojos, sintetizan su mirada: una nación intervenida por el deseo, la ironía y la magia. Estos objetos no eran simples souvenires, sino provocaciones poéticas que cuestionaban el sentido de pertenencia y el lugar del arte (Carrillo S., 2022).
En muchos casos, sus piezas se activaban solo con su presencia. Era un artista que hablaba con la obra, que la explicaba, la actuaba. Esa dimensión performática es parte del mensaje, pues integraba al espectador en una experiencia de crítico-cómica, casi ritual (Fowks, 2016).
Arte como acción política
El compromiso de Salazar con la realidad social del Perú fue profundo y sostenido. A diferencia de otros artistas, no necesitó declamarlo: lo practicaba. Su acción de vender peruchitos en los buses cada 28 de julio era más que un gesto lúdico: era una crítica directa al modelo de nación que se remata a pedazos. Al ofrecer «un Perú entero» con «Chile de yapa», estaba desarmando el discurso territorialista con una mezcla de sarcasmo y ternura (Fangacio, 2016).
Otro ejemplo es su intervención a la estatua de Pizarro en Lima, que envolvió con telas andinas. Esa imagen del conquistador neutralizado, recubierto por el textil indígena, era una metáfora visual de la historia que no ha sido contada desde el otro lado (Quijano, 2018).
Salazar no buscaba el escándalo ni la transgresión vacía. Su obra incomodaba porque estaba anclada en la experiencia colectiva, en la memoria de los excluidos. Y su mensaje, aunque envuelto en humor, tenía filo: sabía que la risa podía ser subversiva (Villacorta, 2022).
Desde esa perspectiva, el artista no era un creador de objetos, sino un constructor de sentidos. Salazar creía que el arte debía servir para contar aquello que no entra en los libros de historia ni en los noticieros, y por eso sus piezas tienen un carácter documental, aunque fabulado (Carrillo S., 2022).
Legado y persistencia
A su muerte en 2016, Salazar dejó una huella profunda en la plástica peruana. Su obra, hoy conservada en museos como el MALI, el Micromuseo y colecciones internacionales, sigue generando preguntas, inspirando a jóvenes artistas y siendo objeto de estudio. Su presencia en la Bienal de Venecia en 2017, representando al Perú de forma póstuma, fue un reconocimiento internacional a una trayectoria coherente y poderosa (Fowks, 2016).
La publicación del libro «Paraguas existencial» editado por Jorge Villacorta, con más de 400 páginas de análisis y reproducciones, consolida su lugar como figura central del arte peruano contemporáneo. En este volumen, críticos como Rodrigo Quijano, Mirko Lauer y Rodrigo Vera diseccionan su estética, su humor y su compromiso (Villacorta, 2022).
Su obra es también una lección de independencia: no esperó subvenciones ni premios, y sin embargo creó un lenguaje propio, cercano, que supo entrar en el imaginario nacional. Su figura ha sido comparada con la de un cronista popular, un bufón crítico, un mago de la basura (Fangacio, 2016).
Hoy, más que nunca, se vuelve necesario recuperar su mirada. En un país que sigue atrapado entre promesas y olvidos, Salazar sigue siendo esa voz que desde un bus, un afiche, o una estera intervenida, nos dice: «cómpreme el Perú antes que se me acabe» (Quijano, 2018).
Referencias
Carrillo S., A. C. (2022). Reseña de «Juan Javier Salazar. Paraguas Existencial». Illapa Mana Tukukuq (Universidad Ricardo Palma), Nº 19, , pp. 130-131.
Fangacio, J. C. (3 de Noviembre de 2016). El Comercio. Obtenido de Juan Javier Salazar murió a los 61 años. : https://elcomercio.pe/luces/arte/juan-javier-salazar-murio-61-anos-399782-noticia/
Fowks, J. (2 de Noviembre de 2016). El País. Obtenido de Juan Javier Salazar, el artista plástico que narró el Perú. : https://elpais.com/cultura/2016/11/02/actualidad/1478122491_856465.html
Quijano, R. (20 de Enero de 2018). Artishock Revista. Obtenido de Juan Javier Salazar. La realidad entera está en llamas.: https://artishockrevista.com/2018/01/20/juan-javier-salazar/
Villacorta, J. (2022). Juan Javier Salazar: Paraguas Existencial. . Lima: Lunwerg Editores / Editorial Planeta Perú.