Artículo de información

José Carlos Botto Cayo y Abel Marcial Oruna Rodríguez

14 de agosto del 2025

La suerte seria —la que uno puede mirar a los ojos— no nace del capricho sino del orden: levantarse temprano, barrer el umbral, honrar a los mayores, escribir con pulso sobrio y cumplir la palabra dada. En esa gramática de la vida buena, el maneki-neko no es una curiosidad de mostrador sino una lección compacta: una pata alzada que no grita, invita; un gesto mínimo que recuerda que la verdadera prosperidad se trabaja con paciencia y se sostiene con hábitos que no pasan de moda. Conservador por naturaleza, quien coloca ese gato en la puerta afirma una ética: primero la casa, luego el oficio; primero el deber, luego la ganancia; primero las personas, luego los números. Es una llamada silenciosa al sentido común y a la continuidad frente al ruido de lo inmediato, una señal de que el buen destino no se ruega: se cultiva con constancia y respeto. (Macías, 2022).

También es un espejo que devuelve proporción en tiempos de vértigo. Porque el maneki-neko no promete fuegos artificiales; alza la mano como quien saluda a la verdad y al trabajo bien hecho, sin teatralidad, sin excusas, sin esa ansiedad moderna que confunde espectáculo con virtud. Para una generación que creció entre libros, barrio y familia, su gesto es una catequesis civil: disciplina, cortesía, continuidad. Y a la vez, una invitación a preservar lo heredado —los oficios, los ritos domésticos, los vínculos— como la reserva moral que nos permite atravesar el día con decencia. La suerte, si existe, tiene la forma de los hábitos que repetimos con carácter; por eso este gato perdura: porque pone orden donde abundan los atajos y devuelve al oficio su liturgia de precisión y paciencia. (Saunders, 2021).

Origen y leyendas de Edo

El Japón de Edo —calles sobrias, templos de madera, barrio como escuela— dio cuna a este símbolo de la vida ordenada. En Gotokuji resuena la historia de Tama, la gata que “llamó” a un señor feudal para que entrara al templo; un rayo partió el árbol donde él aguardaba, y la gratitud por aquel gesto salvó un santuario pobre y fijó un rito: dar gracias, cuidar la casa común, sostener lo que vale. Esa escena —sin estridencias ni misticismo— traduce una verdad clásica: el bien se protege con actos concretos, con gratitud activa, con comunidad. Desde entonces, miles de pequeños gatos recordando ese llamado pueblan los altares y estanterías, como una pedagogía de lo cotidiano que no necesita gritar para hacerse entender. (Saunders, 2021).

Otra corriente sitúa el origen en Imado, donde una anciana, enfrentada a la escasez, sueña con su gato y modela su figura en barro; el trabajo se multiplica y el símbolo se vuelve sustento. Lo que algunos leen como leyenda, nosotros lo entendemos como doctrina del deber: la dignidad nace del hacer, de convertir la necesidad en oficio, de transformar cada jornada en un ladrillo más del hogar. Ese trayecto —del sueño al taller, de la arcilla a la repisa— explica por qué el maneki-neko viaja bien por el tiempo: no es exotismo, es una metodología de vida que defiende lo aprendido y honra a quienes nos lo enseñaron. (Iporre, 2023).

Con el correr de los años, y ya en el tránsito a la modernidad, el símbolo se convirtió en industria sin renegar de su raíz. Barrios cerámicos como Seto multiplicaron su producción; los moldes, los hornos y las manos mantuvieron el gesto intacto, como si el país entero hubiese decidido preservar una pequeña carta de principios: prosperidad sí, pero con decoro; éxito, sí, pero sosteniendo el tejido social que lo hace posible. Esa coherencia entre tradición y oficio —templo, taller, mostrador— es lo que lo vuelve universal: no por moda, sino por sentido común aplicado. (Iporre, 2023).

El nombre mismo del gato lo dice todo: maneki-neko, el “gato que invita a pasar”. No exige, invita; no usurpa, convoca. Ese lenguaje hace escuela: en vez de prometer atajos, ofrece una coreografía moral sencilla —ordenar la puerta, cuidar el pan, recibir al otro con urbanidad— y por eso se integra con naturalidad a hogares, comercios y escritorios. Donde otros ven superstición, muchos vemos protocolo cívico: una señal visual que alinea prioridades y refuerza lo que las buenas costumbres ya enseñan en silencio. (Laura, 2024).

Gesto, colores y ética cotidiana

La izquierda alzada llama a las personas —clientes, lectores, vecinos— y la derecha sostiene la prosperidad —la caja, el hogar, el sustento—. En no pocos mostradores aparecen ambas manos, como una síntesis del orden correcto: primero el vínculo humano, luego la buena marcha del negocio; primero la conversación honrada, luego el cobro justo. Quien viene de escuela clásica entiende esa jerarquía sin necesidad de discursos; basta el gesto para recordar que sin comunidad no hay economía que se sostenga, y que sin cortesía el pan se vuelve agrio. El maneki-neko educa con discreción y convierte la entrada de la casa en un recordatorio ético diario. (Laura, 2024).

Los colores operan como un código breve y eficaz: blanco para la fortuna limpia y la intención recta; dorado para la prosperidad bien ganada; negro para la protección que no presume; a veces el calicó de lo tradicional que resiste. Cada matiz es un guiño a la sobriedad: belleza funcional que no distrae del trabajo ni del cuidado de los vínculos. Para quienes creemos en la elegancia de lo simple, ese código cromático es más que decoración: es un modo de habitar la casa y el oficio, una disciplina visual que acompaña el carácter. (Saunders, 2021).

El collar rojo y la campanilla completan la escena con esa mezcla tan japonesa de refinamiento y propósito: ornamento que protege, forma que educa, detalle que ordena el ánimo. No hay ostentación sino armonía: como un mantel de domingo bien planchado, como una biblioteca cuidada que enseña sin sermonear. Son signos de continuidad, de esa belleza modesta que eleva la vida diaria y nos recuerda que el gusto también es responsabilidad: si el hogar está en orden, el mundo se vuelve habitable. (Macías, 2022).

La fuerza del símbolo no se evaporó al cruzar fronteras; se arraigó. En ciudades europeas y latinoamericanas, en negocios familiares y estudios de periodistas, el gato conserva su lengua: invitar con hábitos, agradecer lo que llega por cauce limpio, sostener lo logrado con mesura. Que una vecina lo compre en el bazar y lo coloque junto a la foto de los abuelos no trivializa su sentido: lo confirma, porque demuestra que lo antiguo puede insertarse en la vida contemporánea sin perder decoro ni claridad moral. Así se hace tradición: transmitiendo forma y fondo, sin impostación. (Macías, 2022).

De templo a mundo: resignificaciones y tecnología

El itinerario que va del santuario al taller y del taller al mostrador enseña una modernización con raíces: durante Meiji, la producción en serie expandió el símbolo sin traicionar su principio, y los barrios de oficio —como Seto— hicieron de la repetición una virtud: cada pieza, un gesto conservado; cada serie, una promesa de continuidad. Quien respeta el legado entiende que crecer no es romper, sino prolongar lo valioso con herramientas de la época, manteniendo la brújula del carácter. Esa lección —tan clásica, tan práctica— es oportuna para nuestros días de consumo veloz y memoria corta. (Iporre, 2023).

Una cultura que no demoniza la prosperidad material, sino que la ordena con decoro, coloca al maneki-neko de cara a la calle: no como fetiche, sino como declaración pública de intenciones. En esa franqueza hay pedagogía social: pedir lo justo, trabajar con método, agradecer lo recibido, compartir lo posible. Para quienes defendemos la vida cotidiana como patria —familia, barrio, oficio—, el gato es un recordatorio amable de que el progreso es compatible con la tradición, siempre que la segunda marque el paso de la primera. (Saunders, 2021).

Y la contemporaneidad no lo ha reducido a ornamento: lo ha reinterpretado. Diseñadores, comerciantes y hogares lo adoptan sin histeria, manteniendo su gesto y adaptando materiales y tamaños a las necesidades reales: plástico, cerámica, madera; pieza pequeña para el estante, figura más visible para el umbral. Modernidad con modales, innovación que no niega a sus mayores. Esa domesticación del símbolo —sobria, funcional, sin ruido— explica su permanencia en una era que todo lo acelera. (Laura, 2024).

Incluso la tecnología encuentra en él un nombre propio sin desnaturalizarlo: Maneki-Neko fue el bautizo de un equipo universitario que piloteó drones con visión por computador, siguiendo líneas, evitando obstáculos, cumpliendo misiones con método. Nada más elocuente: tradición que entra al laboratorio y sale intacta porque sabe quién es, y ciencia que avanza con humildad porque reconoce límites. En el fondo, el mismo programa moral: prudencia, precisión, propósito. Avanzar, sí, pero sin atropellar lo que importa. (Verschoor, Wiggers, Oosterhuis, & Visser, 2013).

Referencias

Iporre, N. (11 de Julio de 2023). La Tercera. Obtenido de La historia de Maneki-neko, el gato japonés de la suerte que mueve la pata.: https://www.latercera.com/tendencias/noticia/la-historia-de-maneki-neko-el-gato-japones-de-la-suerte-que-mueve-la-pata/EO72MU6QOVCVLLMR6G2KMUJE5A/

Laura. ( 29 de Abril de 2024). Japonismo. . Obtenido de El maneki-neko o gato japonés de la buena suerte.: https://japonismo.com/blog/maneki-neko-gato-japones-buena-suerte

Macías, C. (12 de Junio de 2022). El Confidencial. Obtenido de Maneki-neko: historia, leyenda y significados del gato de la suerte japonés.: https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2022-06-12/maneki-neko-historia-leyenda-gato-suerte-japon_3438738/

Saunders, R. (3 de Mayo de 2021). National Geographic. . Obtenido de The fascinating history behind the popular “waving lucky cat”. : https://www.nationalgeographic.com/history/article/the-fascinating-history-behind-the-popular-waving-lucky-cat

Verschoor, C. R., Wiggers, A. J., Oosterhuis, H. R., & Visser, A. (22 de Febrero de 2013). Maneki-Neko. Obtenido de Team Description for Iran Open UAV 2013 – Teheran, Iran. Intelligent Autonomous Systems, University of Amsterdam.: https://pure.uva.nl/ws/files/1554905/166837_TDP_Maneki_Neko.pdf