Artículo de información

José Carlos Botto Cayo y Abel Marcial Oruna Rodríguez

3 de enero del 2025

La figura del príncipe Vlad III de Valaquia, conocido históricamente como «el Empalador», representa una de las más fascinantes intersecciones entre la realidad histórica y la construcción mítica en la cultura occidental. Este gobernante del siglo XV, cuya vida transcurrió en la compleja frontera entre el mundo cristiano y el Imperio Otomano, evolucionó desde su papel como figura histórica hasta convertirse en el arquetipo literario que inspiró la creación del vampiro más célebre de la literatura universal, transformación que merece un análisis profundo desde las perspectivas histórica, cultural y sociológica.

La complejidad del personaje histórico se manifiesta en las múltiples dimensiones de su existencia: príncipe guerrero, estratega militar, gobernante implacable y defensor de la cristiandad en la frontera oriental de Europa. Su gobierno en Valaquia, caracterizado por métodos de una severidad extrema que le valieron su sobrenombre, se desarrolló en un contexto geopolítico de extraordinaria complejidad, donde las lealtades fluctuaban entre las potencias dominantes de la época, el Reino de Hungría y el Imperio Otomano. Este entramado de relaciones políticas, alianzas cambiantes y luchas por el poder constituye el telón de fondo sobre el cual se proyecta la figura histórica que posteriormente inspiraría la creación literaria de Bram Stoker.

Entre la historia y el mito: La transformación de Vlad III en leyenda

La figura histórica de Vlad III de Valaquia representa uno de los casos más fascinantes de transformación histórico-cultural en la tradición europea, donde la complejidad de un gobernante medieval ha evolucionado hasta convertirse en un arquetipo literario universal. La construcción de su imagen, iniciada durante su propio período de gobierno en el siglo XV, atraviesa múltiples capas de interpretación histórica, propaganda política y reelaboración narrativa que merecen un análisis profundo desde la perspectiva de los estudios culturales y la historiografía moderna (González Treviño, 2008).

El desarrollo de la leyenda de Vlad III se fundamenta en una intrincada red de acontecimientos históricos verificables y elementos narrativos que surgieron en el contexto de las tensiones geopolíticas de la Europa oriental medieval. Nacido durante el exilio de su padre Vlad II Dracul en Sighisoara, Transilvania, en el invierno de 1431, su trayectoria vital estuvo marcada por la compleja dinámica entre el Reino de Hungría y el Imperio Otomano, potencias que ejercían una influencia determinante en la región de los Balcanes. Esta posición geopolítica estratégica, sumada a las circunstancias personales de su formación política —incluyendo su cautiverio como rehén en la corte otomana entre 1444 y 1448— estableció las bases de lo que posteriormente se transformaría en un relato legendario (González Treviño, 2008).

La dimensión política de su gobierno como príncipe de Valaquia revela una sofisticada comprensión de las dinámicas de poder regional, manifestada en su capacidad para navegar entre las exigencias de las potencias dominantes mientras mantenía un grado significativo de autonomía política. Sus metodologías de gobierno, caracterizadas por una severidad extrema que le valió el sobrenombre de «el Empalador» (Tepes), deben analizarse en el contexto de las prácticas políticas medievales y las necesidades específicas de gobernanza en una región fronteriza constantemente amenazada (Muñoz Rengel, 2003).

Las fuentes contemporáneas a su gobierno, particularmente los documentos producidos en las ciudades sajonas de Transilvania y en la corte húngara, comenzaron a construir una imagen del príncipe que oscilaba entre el gobernante implacable y el tirano sanguinario. Esta dualidad en la percepción histórica temprana se manifestó en obras como la Geschichte Dracole Waide (Viena, 1463) y el poema de Michel Beheim «Von aienem wutrich der hiess Trakle Waida von der Walachei» (1463), textos que establecieron los cimientos narrativos sobre los que posteriormente se construiría el mito vampírico (Muñoz Rengel, 2003).

La transformación literaria del príncipe valaco

La complejidad narrativa que rodea a la figura de Vlad III encuentra un punto de transformación crucial en su transformación literaria. La obra de Stoker no solo reinterpreta al personaje histórico, sino que construye un elaborado entramado donde confluyen las tensiones políticas, religiosas y culturales de la época victoriana. Esta transmutación del príncipe guerrero en vampiro aristocrático merece un análisis detallado que revele los mecanismos de esta metamorfosis literaria (Brito Alvarado, 2024).

El proceso de ficcionalización de Vlad III opera simultáneamente en múltiples niveles históricos y simbólicos. Por un lado, preserva elementos verificables de su biografía como su pertenencia a la Orden del Dragón y su defensa del cristianismo frente al avance otomano. Sin embargo, estos hechos se entretejen con elementos sobrenaturales que responden a las ansiedades y preocupaciones de la sociedad británica decimonónica, especialmente sus temores hacia la decadencia imperial y la «contaminación» oriental (Muñoz Rengel, 2003).

La ambigüedad moral que caracteriza al personaje histórico -defensor de la cristiandad pero conocido por sus métodos brutales- encuentra eco en la dualidad del vampiro literario. El Drácula de Stoker mantiene un refinamiento aristocrático que seduce y horroriza simultáneamente, reflejando las contradicciones de una sociedad victoriana fascinada y atemorizada por lo exótico. Esta dualidad se manifiesta tanto en su comportamiento como en su capacidad de transitar entre diferentes mundos: el medieval y el moderno, el Este y el Oeste (Muñoz Rengel, 2003).

La geografía misma de la narrativa adquiere un significado simbólico profundo: Transilvania ya no es simplemente el territorio histórico vinculado a Vlad III, sino que se convierte en un espacio liminal donde lo antiguo y lo moderno, lo occidental y lo oriental, lo racional y lo sobrenatural coexisten en una tensión permanente. Este desplazamiento geográfico-simbólico prepara el terreno para las posteriores reinterpretaciones cinematográficas y literarias del personaje (Muñoz Rengel, 2003).

Los registros históricos sobre el príncipe Vlad III

Los documentos históricos sobre Vlad III constituyen una base fundamental para entender cómo la literatura posterior creó al vampiro aristocrático. Los registros de las cortes húngara y otomana del siglo XV documentan su papel como gobernante de Valaquia, donde su posición entre Oriente y Occidente lo convirtió en una figura decisiva para las tensiones políticas de la época. Los testimonios, especialmente las crónicas germánicas y eslavas, construyen un retrato que va más allá de sus acciones militares (Munteanu Colán, 2011).

Las fuentes primarias muestran dos aspectos centrales de su gobierno: las cartas diplomáticas lo describen como un estratega político hábil en la negociación con potencias vecinas, mientras que los registros eclesiásticos y nobiliarios destacan sus métodos severos para mantener el control interno. Esta doble naturaleza se refleja particularmente en su vínculo con la Orden del Dragón, que le dio tanto prestigio aristocrático como deberes militares en la defensa cristiana contra los otomanos (Munteanu Colán, 2011).

El personaje histórico destaca por su adaptabilidad en diferentes contextos culturales y políticos: se educó en la corte otomana como rehén, luego se enfrentó al Imperio Turco, y mantuvo alianzas con los poderes cristianos. Los documentos de la época indican que esta capacidad de adaptación fue clave para su supervivencia política en una región marcada por conflictos territoriales y religiosos constantes (Munteanu Colán, 2011).

La historia del príncipe valaco se conecta profundamente con los cambios sociales y políticos de la Europa medieval tardía, cuando las estructuras feudales comenzaban a transformarse en nuevas formas de gobierno. Los registros muestran cómo su mandato reflejó este periodo de transición: conservaba las tradiciones nobles de su linaje mientras implementaba métodos de gobierno que anticipaban el estado moderno (Munteanu Colán, 2011).

La génesis literaria del vampiro victoriano

La transformación de Vlad III en el personaje literario de Drácula encuentra su catalizador en Bram Stoker, bibliotecario y director del Lyceum Theatre de Londres. El autor irlandés, nacido en 1847, dedicó siete años a la investigación histórica y folclórica que sustentaría su obra más célebre. Los registros de la biblioteca del Museo Británico evidencian sus exhaustivas consultas sobre Transilvania y los Cárpatos, así como su particular interés por las crónicas medievales sobre el príncipe valaco (Cuéllar Alejandro, 1995).

La inspiración inicial de Stoker surgió de sus conversaciones con el profesor húngaro Arminius Vambéry, quien le proporcionó valiosos detalles sobre el folclore de Europa del Este y las leyendas locales sobre vampiros. Este encuentro, ocurrido en 1890, coincidió con un período en que la literatura gótica victoriana experimentaba una notable fascinación por las narrativas sobrenaturales provenientes de la Europa oriental. Stoker entretejió estos elementos con su propia investigación sobre Vlad III, creando una obra que trascendería los límites del género gótico (Cuéllar Alejandro, 1995).

Durante la elaboración de su novela, Stoker se apartó conscientemente de la historicidad estricta para construir un personaje que encarnara las tensiones culturales de su época. El autor transformó al príncipe guerrero en un aristócrata inmortal, conservando elementos específicos de la figura histórica -como su conexión con la Orden del Dragón y su dominio sobre Transilvania- pero añadiendo capas de significado que resonaban con las ansiedades victorianas sobre la decadencia imperial, la sexualidad y el progreso tecnológico (Cuéllar Alejandro, 1995).

La publicación de «Drácula» en 1897 marcó el inicio de la literatura de horror, estableciendo convenciones narrativas que definirían el género vampírico durante más de un siglo. La obra de Stoker no solo reinterpretó la figura histórica de Vlad III, sino que creó un nuevo arquetipo cultural que continúa evolucionando en el imaginario colectivo, demostrando la capacidad de la literatura para transformar la historia en mito perdurable (Cuéllar Alejandro, 1995).

Referencias

Brito Alvarado, X. &. (2024). La etnofagia capitalista en el Conde Drácula: una lectura crítica y anticolonial. Revista humanidades, (julio-diciembre), 14(2) , 2-19.

Cuéllar Alejandro, C. A. (1995). Bram Stoker’s Dracula y el Prerrafaelismo. Saitabi: revista de la Facultat de Geografia i Història, Nº. 45, 134-157.

González Treviño, J. L. (2008). Vlad Tepes Dracul, Drácula y la fotofobia. Volumen 10, Núm. 38, enero-marzo, 48-49.

Munteanu Colán, D. (2011). La Inmortalidad de Drácula: Historia, Leyenda, Ideaciones. Philologica canariensia 16-17 biblid 1136-3169 , 145-172.

Muñoz Rengel, J. J. (2003). Drácula el conde maldito. Clio Revista de historia No 3, 88-93.