Artículo de información
José Carlos Botto Cayo y Abel Marcial Oruna Rodríguez
14 de abril del 2025
El jueves 10 de abril, en medio de un paro de transporte que paralizó parte de Lima, se realizó la presentación del libro Las Cuatro Estaciones del poeta José Carlos Botto Cayo. El evento se llevó a cabo en el Delfus Taberna Bar, un lugar alejado de los estereotipos formales de las presentaciones literarias. Aunque no era un salón cultural tradicional, hubo un pequeño escenario montado especialmente para la ocasión: dos sillas, una mesa con tres ejemplares del libro del autor y un arreglo de flores en una pequeña maceta, llevadas por la poeta Catherine Rey Clarke. Ese detalle sencillo pero significativo se convirtió en parte del espacio escénico. También se utilizó un micrófono, lo que permitió que las voces fueran escuchadas con claridad en todo el local.
A pesar del escaso público, lo que ocurrió esa noche fue un acto sincero de comunicación, donde la poesía encontró espacio para ser dicha sin filtros ni poses. El autor llegó sin apuro, acompañado por viejos amigos, conocidos del ambiente poético y su madre, la señora Nany Cayo Traverso de Botto, quien también participó activamente del evento. La editorial Ángeles del Papel, dirigida por Michael Jiménez, organizó el evento con una lógica distinta: dejar que la poesía hable por sí sola. Jiménez fue quien abrió la noche con unas palabras sobre el libro y su amistad con el autor, la cual ya lleva más de una década. Fue una intervención cercana, donde se resaltó el valor del proceso poético y la construcción afectiva detrás de cada texto.
Luego de esa primera introducción, tomó la palabra la escritora Catherine Rey Clarke. No leyó los poemas, sino que compartió una lectura personal y crítica sobre el autor y su obra. Dijo que el libro le había hecho recordar momentos donde todo parecía cambiar por dentro, incluso cuando afuera todo seguía igual. Habló de lo importante que es escribir y leer desde lo que sentimos, no desde lo que se espera. Su voz fue clara y cercana, como si hablara con amigos, sin buscar impresionar a nadie. Más adelante, durante la improvisación final, la madre del autor recitó un poema de un poeta clásico, sumando un momento especial a la noche.
Un libro hecho de estaciones internas
Las Cuatro Estaciones no es un libro complejo ni estructurado desde lo académico. No tiene prólogo ni dedicatorias extensas, y no se presenta como un proyecto literario sofisticado. Es más bien una especie de mapa emocional donde los poemas aparecen como momentos vividos en distintos estados de ánimo. El autor agrupa los textos en torno a las estaciones del año: primavera, verano, otoño e invierno. Pero estas estaciones no se entienden en sentido literal. Más bien, representan emociones, ciclos vitales, fases de amor y pérdida, de búsqueda y reconstrucción. Son estaciones del alma, y cada una tiene su tono, su temperatura emocional, su manera de mirar el mundo.
En primavera, por ejemplo, hay textos que hablan del renacer, de la memoria como punto de partida. Son poemas que invitan a volver a sentir, a reencontrarse con lo que quedó escondido. El verano es pasión, intensidad, vértigo de días que no se detienen. En otoño, la palabra se vuelve más introspectiva, y aparecen los silencios, los recuerdos, la necesidad de soltar. Finalmente, en invierno, el tono baja, no para deprimirse, sino para escuchar mejor. Es un cierre suave, que no termina, sino que se prepara para comenzar de nuevo. Esa estructura, sencilla pero potente, permite que el lector viaje con libertad entre versos que no buscan impresionar, sino acompañar.
Hay algo que destaca en el estilo de Botto Cayo: no corrige en exceso. Él mismo lo explicó durante su intervención. Cree que si se cambia demasiado un poema, se pierde la emoción que lo originó. Por eso, sus textos tienen un aire de inmediatez, de primera voz, de palabra que se lanza sin miedo. Eso no significa que sean improvisados o descuidados. Al contrario, es un trabajo donde lo esencial es conservar la verdad del momento. Algunos poemas nacieron hace más de veinte años, otros hace apenas meses, pero todos se sienten actuales porque hablan desde lo humano, desde esa mezcla de ternura y vértigo que atraviesa la vida.
Una presentación informal y cercana
El ambiente del Delfus no tenía nada de académico. Aunque se había montado un pequeño escenario con una mesa, dos sillas, libros y flores, todo tenía un aire de sencillez. Las luces eran bajas, las mesas pequeñas, y aunque se usó un micrófono, nadie leyó un discurso escrito. Todo fue hablado con la voz natural, con pausas y silencios que hacían más reales las intervenciones. La presentación no tuvo solemnidad, pero sí momentos significativos.
Después de Catherine Rey Clarke, tomó la palabra el autor. No tenía nada preparado. Contó que los poemas del libro nacieron sin una idea previa. Fueron apareciendo y, con el tiempo, se dio cuenta de que encajaban en las estaciones. No lo forzó, simplemente los agrupó según lo que transmitían. Dijo que escribir es algo que se debe hacer sin miedo, sin preocuparse tanto por la perfección. “El poema debe salir como está”, dijo. “No hay que estar corrigiendo hasta que se le vaya el alma. Hay que escribir y seguir adelante”. Sus palabras fueron bien recibidas por los presentes, que escuchaban con atención y respeto.
No hubo ninguna intención de hacer un evento solemne. De hecho, una de las cosas que más gustó fue la naturalidad con la que se desarrolló todo. La gente estaba sentada tomando algo, conversando entre poemas, y compartiendo miradas. Fue una noche sin filtros, donde lo importante no era vender libros, sino compartir palabras verdaderas. Como dijo uno de los asistentes, “esto no es una presentación, es una conversación”. Y quizás esa fue la mejor forma de presentar un libro que habla desde lo cotidiano y lo sensible.
Improvisación, amistad y poesía viva
Hacia el final del evento, cuando ya parecía que todo había terminado, el autor José Carlos Botto Cayo invitó a los presentes a improvisar. Lo dijo con naturalidad: quien quisiera podía leer o decir algo en voz alta, sin orden establecido, sin escenario ni reglas. Fue una invitación abierta a la participación libre. Así, en el espacio frente al escenario, varias personas se animaron a compartir palabras: Michael Jiménez, la poeta Catherine Rey Clarke, Alfredo Orihuela Gutiérrez, la madre del autor —Nany Cayo Traverso de Botto—, y el propio autor. Cada uno lanzó versos o fragmentos breves que fueron fluyendo de manera espontánea, como en una conversación poética colectiva.
El ambiente se volvió cálido y compartido. Nadie hablaba para destacar, sino para sumar. Hubo versos improvisados, recuerdos, palabras sueltas que encontraron sentido en el momento. No fue una performance, sino un gesto de complicidad. Finalmente, fue el propio José Carlos Botto Cayo quien cerró la ronda, diciendo unas últimas palabras poéticas que dieron por terminada la jornada.
No hubo firma de libros ni fotos oficiales. La noche terminó como había comenzado: con un grupo pequeño hablando de poesía, con vasos en la mano, con ganas de seguir escribiendo, leyendo y viviendo. El libro Las Cuatro Estaciones se fue quedando en las manos de quienes lo quisieron, sin insistencias ni discursos de venta. Fue una presentación diferente, más parecida a una conversación entre amigos que a un acto público. Y eso, para muchos, fue lo más valioso de todo. Porque en un mundo lleno de ruido y formalidades, encontrar un espacio donde la poesía se diga de verdad, sin adornos ni poses, es un acto de resistencia y ternura.