Artículo de información
José Carlos Botto Cayo y Abel Marcial Oruna Rodríguez
7 de julio del 2025
La historia del rock tiene muchas voces, pero pocas tan inconfundibles, indomables y profundas como la de Ozzy Osbourne. No se trata solo de una garganta rasgada por el fuego de mil escenarios, sino de un alma entera arrojada al abismo de la música, vuelta carne de riff y ceniza de exceso. En un mundo donde los mitos suelen evaporarse con la moda, Ozzy ha permanecido. Ha tropezado y ha sangrado, sí, pero también ha resucitado con la furia de quien nació para gritarle a la oscuridad. Su figura, ya inmortal, desafía los límites del tiempo, del cuerpo y de la fama: es el último druida del heavy metal, aquel que convirtió la tragedia en espectáculo y la locura en arte. Desde los barrios obreros de Birmingham hasta llenar estadios con miles de gargantas clamando su nombre, Ozzy no ha sido solo un músico. Ha sido un conjuro, una leyenda andante, un relámpago con forma humana.
Y sin embargo, todo empezó con un niño pobre, tartamudo y acomplejado, que no sabía leer bien y soñaba con ser tan grande como los Beatles. Entre fontanerías fallidas, robos menores y una celda carcelaria, la vida parecía haberle dado la espalda. Pero la música fue su redención. Cuando Tony Iommi lo escucha y decide sumarlo a un extraño experimento sónico que acabaría llamándose Black Sabbath, Ozzy se vuelve el grito primigenio de una nueva era. El heavy metal no nació en una torre de marfil ni entre orquestas sinfónicas: nació en el humo espeso de fábricas industriales, en la rabia de la juventud sin futuro, y en la garganta rota de un muchacho que no tenía nada que perder. A ese origen, brutal y luminoso, nos devuelve esta historia.
Infancia y juventud: El niño del humo y las sombras
John Michael Osbourne vino al mundo un 3 de diciembre de 1948, en Aston, un barrio obrero de Birmingham que olía a carbón, a fábrica, a sudor inglés. Creció entre seis hermanos, en una casa pequeña y pobre, donde los días eran duros y las noches, apenas treguas para el cuerpo. Su padre, Jack Osbourne, trabajaba en una fundición y su madre, Lillian, en una fábrica de componentes eléctricos. Desde niño, Ozzy fue marcado por el peso de su entorno: dislexia, tartamudez, burlas crueles en la escuela y una fragilidad emocional que escondía con carcajadas torpes y sueños de fama. Su mundo era gris, pero tenía un resplandor secreto: la radio. Cuando escuchó por primera vez a los Beatles, algo en su interior se rompió y se encendió. “Yo también quiero hacer eso”, pensó el muchacho que todavía no sabía ni cantar, pero ya sentía que había nacido para gritar (Puterbaugh, 2024).
Abandonó la escuela a los quince años, tras una infancia difícil, y comenzó a ganarse la vida como pudo: de fontanero aprendiz, limpiador de bocinas de autos, carnicero en un matadero. Los oficios eran duros, y él más bien blando; los trabajos no duraban, y el sueldo jamás alcanzaba. Su barrio era una cantera de desesperanza, pero también de imaginación. En una de sus correrías juveniles, fue arrestado por robo: se había metido a una tienda a robar ropa y un equipo de sonido. Sin pagar la fianza, pasó semanas en la cárcel de Winson Green, donde dormía con las cucarachas y soñaba con guitarras. Aquella celda, fría y pestilente, le enseñó dos cosas: que no servía para ser criminal, y que necesitaba escapar de ese destino con la única herramienta que poseía: su voz. Con ella, tal vez podría convertirse en algo más que un chico raro con acné y orejas grandes (Lacalle, 2024).
Pero en medio del caos, siempre hay alguien que escucha. En su caso fue un amigo del barrio, Terrence «Geezer» Butler, bajista en ciernes y lector empedernido de ocultismo. Juntos formaron un grupo llamado Rare Breed, que duró apenas unas semanas. Ozzy aún no era un buen cantante, pero tenía algo que los otros no: una presencia extraña, magnética, entre lo trágico y lo cómico. En 1968, tras algunos cambios de alineación, conoce a Tony Iommi, un guitarrista que había perdido las puntas de sus dedos en un accidente de fábrica y que, para adaptarse, afinaba la guitarra en tonos más bajos. Esa necesidad técnica daría origen a un nuevo sonido: pesado, lento, brutal. El grupo, que por entonces se llamaba Earth, tocaba blues y psicodelia, pero poco a poco, bajo la influencia del cine de horror, se fue gestando algo distinto. Algo oscuro. Algo feroz. Y en el centro de esa sombra creciente, Ozzy Osbourne se convertía en el vocero del miedo moderno (Lacalle, 2024).
Las primeras canciones eran rituales de alquimia eléctrica. En ellas, la voz de Ozzy no era melódica ni virtuosa, pero tenía el tono preciso: una mezcla de angustia, profecía y locura. A finales de 1969, cambian de nombre al inspirarse en una película de Boris Karloff: Black Sabbath. Y con ello, marcan la fundación no oficial del heavy metal como género. Pero ese momento aún estaba por venir. Por ahora, Ozzy era un joven que dormía en colchones rotos, que bebía más de la cuenta, y que aún no sabía que estaba a punto de convertirse en un mito. Su historia —la real, la sucia, la humana— aún se escribía en los callejones de Birmingham, con sangre, cerveza y un poco de alquitrán en los pulmones (Puterbaugh, 2024).
Black Sabbath: el trueno oscuro que cambió la música
La historia del rock tuvo un antes y un después cuando Black Sabbath lanzó su primer álbum homónimo en 1970. Aquel sonido grave, lento y pesadillesco rompía con todo lo que el rock había mostrado hasta entonces. Era como si las guitarras hablaran el idioma del miedo. Y en medio de esa tormenta, la voz de Ozzy era el conjuro que abría las puertas del inframundo. Su interpretación no era virtuosa, pero sí profundamente expresiva: narraba el apocalipsis con la entonación de un profeta borracho y desesperado. Black Sabbath, Paranoid, Master of Reality, Vol. 4, Sabbath Bloody Sabbath… cada álbum fue una estocada contra lo establecido. El grupo no solo fundó el heavy metal: le dio un alma oscura y obrera, hija de la clase trabajadora británica que gritaba desde las fábricas (Puterbaugh, 2024).
Mientras las giras se volvían cada vez más descomunales y el público más devoto, también crecía el infierno dentro de la banda. La fama trajo consigo montañas de drogas, alcohol y un descontrol que devoraba lentamente a Ozzy. Su estilo de vida comenzó a afectarlo vocal, emocional y físicamente. Tony Iommi, el cerebro musical de Sabbath, intentaba mantener el orden, pero el caos rodeaba a Ozzy como una tormenta personal. Las sesiones de grabación se volvían erráticas, las presentaciones impredecibles. Y sin embargo, el público lo adoraba. Su figura caótica ya era parte del mito: un médium entre el ruido y la oscuridad, un bufón trágico, el rostro más humano del metal. Pero dentro del grupo, las tensiones aumentaban, y el abismo entre Ozzy y el resto se ensanchaba cada día más (Lacalle, 2024).
En 1978, lanzaron Never Say Die!, un disco que, si bien tenía momentos brillantes, mostraba la fatiga interna de la banda. Ozzy ya había abandonado brevemente el grupo durante las grabaciones de Technical Ecstasy, y su relación con Tony Iommi estaba quebrada. El cansancio, la incomunicación, y sobre todo, las adicciones, lo tenían atrapado. Finalmente, en abril de 1979, fue expulsado de Black Sabbath. No se trató solo de una decisión musical, sino de un acto de supervivencia para la banda. Iommi dijo que simplemente no podían continuar con alguien tan autodestructivo. Para Ozzy, la separación fue devastadora. Durante semanas no salió de su habitación. Bebía hasta desmayarse. Pensó que su carrera había terminado para siempre (BUGADO, 2025).
Sin embargo, esa caída sería el preludio de su renacimiento. Porque incluso cuando parecía acabado, Ozzy era, en esencia, un sobreviviente. Su talento seguía intacto, aunque cubierto de polvo y whisky barato. Fue entonces cuando Sharon Arden —quien pronto se convertiría en su esposa y manager— lo rescató del abismo. Ella vio en él no un despojo del pasado, sino un volcán aún en erupción. Ozzy no solo volvería: estaba a punto de redefinir su leyenda en solitario, con un nuevo sonido, una nueva banda, y una rabia intacta que estaba por encontrar su lugar en los ochenta. El Príncipe de las Tinieblas apenas comenzaba a alzar su voz (Puterbaugh, 2024).
Resurrección solista: El caos encuentra forma
En lugar de perderse en el olvido como muchos esperaban, Ozzy Osbourne eligió el camino más improbable: reconstruirse desde las ruinas. Ya no era el joven de Aston ni el vocalista de una banda legendaria, sino un hombre solo ante el mundo, con su nombre como única bandera. Blizzard of Ozz, su primer disco solista de 1980, surgió como un estallido de furia y reinvención. Era un grito contra los críticos, contra los fantasmas de su pasado, contra sus propios demonios. La producción fue sólida, la banda joven, y el contenido letal: canciones como Crazy Train y Mr. Crowley no solo probaron que Ozzy aún tenía algo que decir, sino que el heavy metal podía evolucionar sin renegar de su raíz (Puterbaugh, 2024).
El alma virtuosa de esa nueva etapa fue Randy Rhoads, un joven guitarrista cuya técnica clásica y sensibilidad compositiva transformaron por completo el sonido de Ozzy. Crazy Train, Mr. Crowley, Diary of a Madman… eran piezas que mezclaban teatralidad con profundidad, electricidad con tragedia. Randy no fue un acompañante más: fue el arquitecto secreto de una nueva leyenda. Pero el destino, como siempre, guarda sus golpes más crueles para los que más brillan. En 1982, durante una parada de gira, el avión en el que viajaba Rhoads se estrelló tras una travesura temeraria del piloto. Ozzy, testigo de la tragedia, cayó otra vez en el abismo: alcohol, silencio, culpa. Sin embargo, esta vez no se extinguió. Transformó el dolor en motor y, acompañado por guitarristas como Jake E. Lee y Zakk Wylde, mantuvo viva la llama que Rhoads había encendido (Bauso, 2023).
A medida que la década del ochenta avanzaba, Ozzy se convirtió en un ícono transversal. Su figura rebasó el escenario: fue protagonista de escándalos, símbolo de rebeldía, pero también empresario visionario. Con Sharon a su lado —mujer, mánager y roca— lanzó en 1996 el Ozzfest, un festival que impulsó a nuevas bandas del metal y demostró que Ozzy no solo sabía sobrevivir, sino también sembrar futuro. El Ozzfest fue una cantera de monstruos: Slipknot, Korn, System of a Down… todos encontraron allí su primer altar. Luego vendría la pantalla: The Osbournes, el reality de MTV que mostró a Ozzy como nunca antes —torpe, tierno, humano, contradictorio— y que redefinió la cultura pop de los 2000. Un ícono del metal que, sin perder su esencia, supo convertirse en espectáculo global (Bauso, 2023).
Aun así, detrás de las cámaras, su centro gravitacional siempre fue la música. Aunque su voz envejecía y sus pasos eran más lentos, Ozzy seguía grabando con un misticismo casi sobrenatural. En los últimos años, sorprendió al colaborar con artistas como Elton John, Slash, Eric Clapton, Post Malone y Travis Scott, atravesando géneros sin perder identidad. Ordinary Man (2020) y Patient Number 9 (2022) son testimonio de un hombre consciente de su fragilidad, pero aún poderoso en espíritu. Ya no necesitaba gritar para estremecer. Había aprendido a cantar con la herida abierta. Y aunque el Parkinson y los dolores físicos recortaron sus giras, no lograron callarlo: Ozzy Osbourne seguía cantando desde ese lugar donde el metal se vuelve alma, y la oscuridad, consuelo (BUGADO, 2025).
El retorno, el legado y la última ovación
Pese a las heridas, los silencios y las décadas separadas, el vínculo entre Ozzy Osbourne y Black Sabbath jamás se rompió del todo. El metal que los unía era más fuerte que cualquier contrato roto o resentimiento acumulado. En 1997, sorprendieron al mundo con una reunión histórica que devolvió al escenario a la formación clásica: Ozzy, Tony Iommi, Geezer Butler y Bill Ward. A partir de entonces, las reuniones fueron ocasionales pero poderosas. La gira The End, en 2017, parecía cerrar un ciclo, pero aún faltaba el acto final. El verdadero adiós ocurrió el 5 de julio de 2025, cuando los padres del metal se reunieron una vez más en su ciudad natal, Birmingham, para un último rugido ante miles de fanáticos en el Villa Park. No fue un reencuentro casual, sino un acto de redención compartida, de gratitud mutua, de historia viva desplegándose bajo los focos (Zampa, 2025).
La presentación fue mucho más que un concierto. Fue un ritual de despedida. Ozzy abrió con su set solista, acompañado por Zakk Wylde y su banda actual, repasando himnos como I Don’t Know, Suicide Solution y Crazy Train, con imágenes de Randy Rhoads proyectadas como una oración laica. Luego se sumaron los miembros de Black Sabbath. War Pigs abrió el set conjunto, seguido por N.I.B., Iron Man y el himno final: Paranoid. “¡Vuelvanse locos una última vez!”, gritó Ozzy con los ojos húmedos, antes de agradecer “desde el fondo de mi corazón”. El público rugía, y no solo por nostalgia: era la constatación de que estaban frente a una de las últimas leyendas de pie. Lo recaudado fue destinado a causas benéficas como Cure Parkinson’s, un gesto que cerraba el círculo entre el dolor personal y la entrega colectiva (Rabanal, 2025).
Pocas figuras han dejado una huella tan transversal como la de Ozzy Osbourne. Su influencia no se limita al metal ni al hard rock: es una presencia transversal, cultural y generacional. Metallica, por ejemplo, abrió su propio set en Villa Park con versiones de Hole in the Sky y Johnny Blade, y James Hetfield declaró desde el escenario: “Sin Sabbath no hay Metallica. Gracias por darnos un propósito”. No era exageración: bandas como Slipknot, Rage Against the Machine, Foo Fighters o artistas urbanos como Post Malone han declarado su admiración por Ozzy. Su estilo vocal, su teatralidad escénica y su autenticidad brutal se han filtrado en todos los géneros, desde el death metal hasta el hip hop. Porque Ozzy no solo fue una voz, fue una forma de resistir, de brillar entre ruinas, de hacer de la sombra un arte (Lacalle, 2024).
Hoy, con setenta y seis años, múltiples operaciones, Parkinson diagnosticado y una vida plagada de excesos, Ozzy sigue siendo —como él mismo dijo— “el hombre más afortunado del mundo”. Ha sobrevivido a todo: a la pobreza, a los abusos, a la adicción, a la muerte de sus amigos, a los contratos, a los reality shows, a los críticos, a los fantasmas del metal. Su voz tal vez tiemble más que antes, pero cada vez que sube al escenario o lanza un nuevo disco, el mundo escucha como si fuera la primera vez. Ozzy Osbourne es una advertencia y una inspiración: que el arte puede nacer del caos, que el dolor no cancela la belleza, que incluso la oscuridad puede cantarse. No hay reinado más largo, más ruidoso ni más humano. El Príncipe de las Tinieblas no ha muerto: solo se ha hecho eterno (Zampa, 2025).
Referencias
Bauso, M. (2 de Diciembre de 2023). Infobae. Obtenido de Ozzy Osbourne, el “Príncipe de las Tinieblas” cumple 75: un murciélago mordido, excesos y el ahorcamiento a su mujer: https://www.infobae.com/historias/2023/12/03/ozzy-osbourne-el-principe-de-las-tinieblas-cumple-75-un-murcielago-mordido-excesos-y-el-ahorcamiento-a-su-mujer/
BUGADO. (6 de Junio de 2025). BUGADO. Obtenido de A INCRÍVEL HISTÓRIA DE OZZY OSBOURNE e o NASCIMENTO DO HEAVY METAL – COMO VOCÊ NUNCA VIU!: https://www.youtube.com/watch?v=kBKsoBo0yY4
Lacalle, D. (7 de Setiembre de 2024). Daniel Lacalle. Obtenido de LA HISTORIA DE BLACK SABBATH Y OZZY OSBOURNE: https://www.youtube.com/watch?v=ibF4ylDUiH0
Puterbaugh, P. (17 de Diciembre de 2024). Rock & Roll Hall of Fame. Obtenido de Ozzy Osborne: https://rockhall.com/wp-content/uploads/2024/10/2024-Induction-Ceremony-Program-Essay-Ozzy-Osbourne.pdf
Rabanal, A. (6 de Julio de 2025). Infobae. Obtenido de Los mejores momentos de la despedida de Ozzy Osbourne y su última presentación con Black Sabbath: https://www.infobae.com/entretenimiento/2025/07/06/los-mejores-momentos-de-la-despedida-de-ozzy-osbourne-y-su-ultima-presentacion-con-black-sabbath/
Zampa, C. (6 de Julio de 2025). Infobae. Obtenido de Ozzy Osbourne y Black Sabbath se despidieron de los escenarios con una misa de puro metal en un multitudinario concierto en Birmingham: https://www.infobae.com/america/mundo/2025/07/06/ozzy-osbourne-y-black-sabbath-se-despidieron-de-los-escenarios-con-una-misa-de-puro-metal-en-un-multitudinario-concierto-en-birmingham/