Artículo de información

José Carlos Botto Cayo y Abel Marcial Oruna Rodríguez

3 de octubre del 2025

Desde que el ser humano alzó los ojos hacia el cielo y trazó líneas sobre la arena para explicar lo inexplicable, la pregunta sobre la forma de la Tierra ha acompañado la construcción de las culturas. Las civilizaciones antiguas imaginaron un mundo plano, sostenido por tortugas cósmicas, árboles sagrados o flotando en océanos sin fin, en una geografía simbólica que respondía tanto a la religión como a la experiencia sensorial. Aquellas concepciones no eran ingenuas: constituían la base de sus cosmovisiones, un modo de organizar la vida y el poder bajo la arquitectura del cosmos. Con el tiempo, la ciencia griega y las observaciones empíricas empezaron a socavar esas certezas, proponiendo la esfera como la forma más coherente para el planeta que habitamos (García Álvarez, 2025).

La historia del tránsito de la Tierra plana a la Tierra esférica no fue lineal ni uniforme. Mientras filósofos como Aristóteles aportaban pruebas basadas en eclipses, otras culturas mantenían la visión plana, reforzada por mitos y religiones locales. Incluso siglos después, en la Edad Media y en el Renacimiento, cuando ya era común aceptar la esfericidad, persistieron interpretaciones erróneas que la asociaban con una supuesta enseñanza eclesiástica. Hoy, en pleno siglo XXI, en medio de avances astronómicos y viajes espaciales, aún subsisten corrientes que defienden la Tierra plana, no como verdad científica, sino como desafío a las instituciones y como síntoma de la desconfianza contemporánea hacia la autoridad del conocimiento (Adán, 2024).

Cosmologías antiguas: el mundo como plano sagrado

En Mesopotamia y Egipto, la Tierra fue concebida como un disco rodeado de aguas infinitas. En los himnos babilónicos, se describía a Ea y a Marduk ordenando un universo en el que la superficie terrestre flotaba sobre el caos acuático, mientras el cielo era sostenido por pilares invisibles. Egipto, por su parte, imaginaba a Nut como diosa celeste arqueada sobre Geb, la tierra plana. La cosmología hindú reforzó esta imagen con la representación de un mundo plano sostenido por cuatro elefantes sobre el caparazón de una tortuga cósmica, un símbolo que llegó hasta la literatura occidental como metáfora de estabilidad en la fragilidad (Furze, 2019).

En China, la tradición del Gaitian describía una Tierra cuadrada cubierta por una cúpula celeste ovoide, mientras que los mayas, aztecas e incas elaboraron visiones complejas donde el mundo plano se situaba entre niveles superiores e inferiores, sostenido por árboles o montañas sagradas. La ceiba cósmica de los mayas, con sus raíces en el inframundo y su copa en los cielos, mostraba esa idea de centralidad plana. Estas imágenes no eran uniformes, pero compartían la convicción de que el suelo era estable y extendido, como la experiencia inmediata parecía dictar. La geografía mítica se entrelazaba con la política: quien controlaba los templos o las pirámides controlaba el centro del mundo (Prieto, 2025).

Grecia fue la primera en confrontar esa tradición milenaria. Tales de Mileto aún pensaba la Tierra como un disco flotante, pero Pitágoras, Parménides y más tarde Aristóteles propusieron la esfera como forma natural del cosmos. Aristóteles argumentó que durante un eclipse lunar, la sombra proyectada por la Tierra era circular, lo que solo podía explicarse con una superficie esférica. Eratóstenes, en el siglo III a.C., midió con notable precisión la circunferencia terrestre a partir de la diferencia de sombras en Alejandría y Siena. Estas observaciones no solo contradecían la intuición, sino que inauguraban un modo de pensar el universo basado en la demostración y el cálculo (García Álvarez, 2025).

En Mesoamérica, sin embargo, los mayas y mexicas seguían construyendo mundos planos estratificados. Sus códices representaban la Tierra como una superficie sostenida por deidades, con puntos cardinales señalados por colores y dioses tutelares. En el mundo andino, la pachamama integraba cielo, tierra y subsuelo en un mismo tejido, con la superficie como plano de equilibrio. Esta diversidad muestra que la idea de la Tierra plana no fue exclusiva ni marginal: fue la manera común de dar sentido al cosmos antes de que la razón astronómica impusiera otra lógica (Furze, 2019).

La Edad Media y el mito de la Tierra plana eclesiástica

Contrario a lo que suele afirmarse, la Iglesia medieval no enseñó la Tierra plana. San Isidoro de Sevilla en sus Etimologías ya hablaba de un orbe, y los cosmógrafos árabes también defendían la esfera. El error moderno fue atribuir a la Edad Media una ignorancia que en realidad no existía. El modelo de Ptolomeo, geocéntrico pero esférico, dominó la cristiandad durante siglos. El problema no era la forma de la Tierra, sino su lugar en el cosmos: si ocupaba el centro inmóvil o si, como sugeriría Copérnico, giraba alrededor del Sol (Adán, 2024).

El Renacimiento abrió la grieta definitiva. Copérnico, con su De revolutionibus orbium coelestium (1543), postuló el heliocentrismo, y Galileo, con sus observaciones telescópicas, mostró que Júpiter tenía satélites y que la Luna tenía montañas, socavando la perfección aristotélica. La Iglesia reaccionó con dureza, no por la esfericidad, ya aceptada, sino por la amenaza a su cosmología teológica. El juicio a Galileo simbolizó el choque entre razón y dogma, aunque en la práctica la idea de un globo terrestre ya era indiscutible en la navegación y la cartografía (Adán, 2024).

Los navegantes jugaron un papel decisivo. Cristóbal Colón partió convencido de que la Tierra era esférica, aunque se equivocó en su tamaño. Fernando de Magallanes, con su circunnavegación, ofreció la prueba empírica más contundente: que la vuelta al mundo era posible. El mar fue el escenario donde la teoría se convirtió en evidencia palpable. El horizonte curvo, los astros que cambiaban de posición según la latitud y la desaparición gradual de los barcos confirmaban lo que Eratóstenes ya había calculado siglos antes (Prieto, 2025).

Con el avance de la astronomía moderna, la gravitación universal de Newton selló la cuestión: la esfera no era solo apariencia, era consecuencia de la atracción de la masa hacia el centro. La Tierra era redonda porque así lo exigía la física, no solo la geometría. A partir del siglo XVIII ya no había discusión científica seria sobre su forma. Las antiguas cosmologías pasaban a ser parte de la historia cultural, no de la astronomía (García Álvarez, 2025).

El resurgimiento contemporáneo del terraplanismo

En el siglo XXI, cuando la humanidad ha pisado la Luna y enviado sondas a Marte, reaparece el terraplanismo como un movimiento contracultural. No se trata de un debate científico, sino de un fenómeno social. Según encuestas recientes, un 4% de los españoles adultos se declara terraplanista, lo que equivale a unos dos millones de personas. En América y Europa, conferencias y grupos en línea difunden teorías conspirativas que sostienen que la NASA manipula las imágenes y que gobiernos y científicos ocultan la “verdad” de la Tierra plana (Echazarreta, 2025).

Las redes sociales han sido el vehículo de este renacimiento. YouTube, TikTok y foros digitales concentran comunidades que se refuerzan en cámaras de eco, donde la evidencia científica es descartada como parte de la conspiración. Para estos grupos, lo que importa no es demostrar, sino resistir: ser terraplanista es un modo de desafiar a la autoridad y afirmar una identidad en un mundo saturado de información contradictoria (Prieto, 2025).

Los argumentos son siempre los mismos: el horizonte parece plano, el agua no se curva, los aviones vuelan en línea recta. A partir de esas percepciones, elaboran un discurso de desconfianza hacia las instituciones, en un tiempo en que las fake news y la posverdad marcan la agenda. El terraplanismo contemporáneo es menos una teoría y más un síntoma de crisis de confianza: un reflejo de cómo la desafección hacia la ciencia se mezcla con la búsqueda de certezas absolutas (Adán, 2024).

Lejos de ser una amenaza científica, el terraplanismo es un espejo cultural. Nos recuerda que las cosmovisiones planas dominaron el mundo durante milenios y que aún hoy, en medio de satélites y telescopios espaciales, persiste el anhelo de explicar el universo desde la inmediatez de los sentidos. Esa tensión entre lo que vemos y lo que sabemos atraviesa la historia humana y, probablemente, nunca desaparecerá del todo (Echazarreta, 2025).

Referencias

Adán, S. (1 de Octubre de 2024). Fundacion descubre. Obtenido de La esfericidad de la Tierra protagoniza el negacionismo científico de la era digital: https://fundaciondescubre.es/noticias/el-mito-de-la-tierra-plana-y-el-verdadero-caso-de6955/?utm_source=chatgpt.com

Echazarreta, B. L. (7 de Febrero de 2025). ABC. Obtenido de La España conspiranoica: un 30% cree que los extraterrestres han visitado el mundo y un 4% es terraplanista: https://www.abc.es/sociedad/espana-conspiranoica-cree-extraterrestres-visitado-mundo-terraplanista-20250205172611-nt.html?utm_source=chatgpt.com

Furze, A. (11 de Enero de 2019). Pursuit. Obtenido de Aunque la evidencia científica dice que la Tierra es una esfera que orbita alrededor del Sol, hay algunas personas que todavía piensan que nuestro planeta es plano… y las redes sociales juegan un papel: https://pursuit.unimelb.edu.au/articles/why-do-some-people-believe-the-earth-is-flat?utm_source=chatgpt.com

García Álvarez, M. (25 de Febrero de 2025). News letter. Obtenido de La Tierra plana: https://newsletter.mapasmilhaud.com/p/la-tierra-plana

Prieto, G. (22 de Marzo de 2025). Geografia infinita. Obtenido de Terraplanismo: ¿por qué la Tierra es esférica y hay quién lo niega?: https://www.geografiainfinita.com/2025/03/terraplanistas-por-que-la-tierra-es-redonda-y-hay-quien-lo-niega/?utm_source=chatgpt.com