Artículo de información

José Carlos Botto Cayo y Abel Marcial Oruna Rodríguez

21 de enero del 2025

Francisco Pizarro representa una de las figuras más trascendentales en la configuración histórica del continente americano, destacándose no solo como el conquistador del Imperio Inca sino como un personaje que ejemplifica la compleja dinámica entre dos mundos que colisionaron en el siglo XVI. Su trayectoria, desde sus humildes orígenes en Trujillo hasta convertirse en el gobernador del Perú, ilustra las extraordinarias posibilidades de movilidad social que ofrecía la empresa conquistadora, transformándose en un paradigma del conquistador español que, mediante una combinación de audacia, determinación y circunstancias históricas favorables, logró alterar el curso de la historia en el continente americano.

La relevancia histórica de Pizarro trasciende el mero acto de la conquista, pues su legado se manifiesta en múltiples dimensiones que continúan siendo objeto de debate académico y reflexión cultural. Como arquitecto involuntario de un nuevo orden social, político y cultural en los Andes, su figura cataliza discusiones fundamentales sobre el encuentro entre civilizaciones, el proceso de mestizaje y la formación de las identidades nacionales latinoamericanas. El trujillano personifica las contradicciones y complejidades del proceso conquistador: por un lado, su capacidad de liderazgo y perseverancia que lo llevaron a dominar uno de los imperios más extensos de América, y por otro, las controversias sobre los métodos empleados y las consecuencias de sus acciones, que han generado intensos debates historiográficos que continúan hasta la actualidad, convirtiendo su figura en un prisma a través del cual se analizan las luces y sombras del proceso de conquista y colonización española en América.

Los inicios de una historia trascendental

La infancia de Francisco Pizarro transcurrió entre las calles empedradas de Trujillo, ciudad extremeña que marcó el carácter y temple del futuro conquistador. Las circunstancias de su nacimiento, envueltas en la controversia de la ilegitimidad, lejos de limitarlo, forjaron una personalidad resiliente y determinada. La educación informal recibida en las calles de su ciudad natal, complementada por el aprendizaje práctico del oficio militar, sentó las bases de un liderazgo que se manifestaría en las futuras expediciones por territorios inexplorados (Mira Caballos, 2019).

El paso decisivo hacia las Indias marcó el comienzo de dos décadas de preparación en territorio americano, donde el temple se fortaleció mediante experiencias diversas en Tierra Firme. La participación en múltiples expediciones y el aprendizaje constante bajo el mando de conquistadores experimentados moldearon gradualmente las habilidades necesarias para enfrentar los desafíos venideros. Las vivencias en el istmo de Panamá, las primeras incursiones exploratorias y el contacto con diferentes culturas indígenas proporcionaron un conocimiento invaluable sobre la navegación, la diplomacia y las estrategias de supervivencia en entornos hostiles (Mira Caballos, 2019).

La asociación estratégica con Diego de Almagro y el religioso Hernando de Luque gestó la empresa que cambiaría el destino del continente americano. Las expediciones iniciales, marcadas por dificultades extremas y reveses significativos, pusieron a prueba la determinación inquebrantable del trujillano. La resistencia mostrada en momentos cruciales, como el episodio de la Isla del Gallo, donde la frase «por este lado se va a Panamá a ser pobres, por este otro al Perú a ser ricos» se convirtió en símbolo de perseverancia, demuestra la tenacidad que caracterizaría toda la empresa conquistadora (Mira Caballos, 2019).

Los encuentros preliminares con el Imperio Inca revelaron la magnitud del desafío que se avecinaba. Las noticias sobre la riqueza y extensión del Tahuantinsuyu, transmitidas por comerciantes y navegantes, alimentaron la ambición de la empresa conquistadora. Las exploraciones por la costa del Pacífico, los primeros contactos con emisarios incas y el descubrimiento gradual de la complejidad política del imperio andino establecieron el escenario para los acontecimientos que transformarían radicalmente el curso de la historia americana. (Mira Caballos, 2019).

Las travesías iniciales hacia el Imperio Incaico

La configuración de las expediciones hacia el Perú constituye un episodio fundamental en la historiografía colonial, donde la convergencia de factores económicos, logísticos y estratégicos determinó el curso de la empresa conquistadora. La asociación tripartita entre Pizarro, Almagro y Luque estableció las bases operativas para una serie de exploraciones sistemáticas que, partiendo desde Panamá, buscarían penetrar los territorios meridionales del Pacífico, configurando un modelo de empresa conquistadora que combinaba recursos eclesiásticos, militares y administrativos (DEL BUSTO DUTHURBURU, 1966).

Las primeras incursiones se caracterizaron por una serie de reveses significativos que pusieron a prueba la determinación de los expedicionarios. Los testimonios documentales señalan condiciones extremadamente adversas: escasez de provisiones, enfermedades tropicales y encuentros hostiles con poblaciones nativas, factores que diezmaron las fuerzas iniciales y comprometieron la viabilidad del proyecto. La perseverancia de Pizarro ante estas circunstancias adversas, particularmente documentada en las crónicas tempranas, demuestra un patrón de liderazgo resiliente que resultaría decisivo para el éxito ulterior de la empresa (DEL BUSTO DUTHURBURU, 1966).

El episodio de la Isla del Gallo representa un punto de inflexión crucial en la narrativa de la conquista, donde la determinación individual se transformó en catalizador histórico. La decisión de Pizarro de trazar una línea en la arena, separando metafórica y literalmente a quienes optarían por la potencial riqueza del Perú de aquellos que preferían la seguridad de Panamá, cristalizó en la formación del grupo conocido como los «Trece de la Fama». Este acontecimiento, más allá de su dimensión anecdótica, refleja la consolidación de un núcleo de conquistadores comprometidos que constituiría la base operativa para las subsiguientes fases de la conquista (DEL BUSTO DUTHURBURU, 1966).

Las evidencias arqueológicas y documentales confirman que estas expediciones iniciales proporcionaron información crítica sobre las rutas marítimas, los patrones climáticos y las estructuras socio-políticas del imperio incaico. Los datos recopilados durante estas travesías, particularmente sobre las redes comerciales y los sistemas de comunicación indígenas, resultaron instrumentales para la planificación de la conquista definitiva, demostrando la importancia de esta fase preparatoria en el éxito final de la empresa conquistadora (DEL BUSTO DUTHURBURU, 1966).

El encuentro de Cajamarca: secuencia de los acontecimientos del 16 de noviembre de 1532

La mañana del sábado 16 de noviembre de 1532, Atahualpa se encontraba en los baños termales cercanos a Cajamarca cuando recibió la noticia de la llegada de los españoles. De acuerdo con las crónicas tempranas, el Inca decidió hacer su entrada a la plaza principal de Cajamarca al atardecer, siguiendo un elaborado protocolo ceremonial. La comitiva inca estaba compuesta por varios miles de personas, incluyendo nobles, guerreros y sirvientes que limpiaban el camino por donde pasaría la litera real con incrustaciones de oro que transportaba a Atahualpa (Mac Cormack, 1988).

Francisco Pizarro había dispuesto sus fuerzas estratégicamente: los soldados españoles permanecían ocultos en los edificios que rodeaban la plaza, mientras que la caballería se mantenía en espera en corrales cercanos. El plan consistía en aprovechar el elemento sorpresa, ya que los españoles eran vastamente superados en número por las fuerzas incas. Cuando Atahualpa ingresó a la plaza, lo hizo en su litera ceremonial, rodeado por su guardia personal y nobles de alto rango. El espacio estaba aparentemente vacío, salvo por la figura del dominico Vicente de Valverde, quien se acercó al Inca acompañado por el intérprete Felipillo (Mac Cormack, 1988).

El momento decisivo se produjo cuando Valverde, portando una cruz en una mano y un breviario o biblia en la otra, se aproximó a Atahualpa para pronunciar el requerimiento, documento que exigía la sumisión al cristianismo y a la Corona española. A través del intérprete, se desarrolló un breve intercambio verbal donde, según las crónicas, Atahualpa solicitó examinar el libro sagrado. Al recibirlo, y tras no poder comprender su significado o no escuchar las palabras que según le habían dicho contenía, lo arrojó al suelo. Este gesto fue interpretado por Valverde como un acto de desprecio hacia los símbolos cristianos (Mac Cormack, 1988).

La reacción fue inmediata: Valverde dio la señal acordada gritando «¡Santiago!», y los españoles emergieron de sus escondites. La caballería cargó contra la multitud mientras los arcabuceros disparaban, creando confusión y pánico entre los incas, que no esperaban un ataque. En medio del caos, un grupo selecto de españoles se concentró en llegar hasta la litera de Atahualpa, siguiendo las instrucciones de Pizarro de capturar vivo al Inca. Los portadores de la litera fueron derribados y, aunque varios nobles incas intentaron proteger a su señor con sus propios cuerpos, Atahualpa fue finalmente capturado. La operación resultó en numerosas bajas entre los incas, mientras que, según las crónicas, ningún español perdió la vida en el enfrentamiento. Al caer la noche, el Sapa Inca era prisionero de los españoles, marcando el inicio efectivo de la conquista del Tahuantinsuyu (Mac Cormack, 1988).

El Cuarto del Rescate: Arquitectura, poder y memoria en la transición colonial

La transformación del espacio ceremonial incaico en prisión de Atahualpa constituye un paradigma fundamental para comprender la reconfiguración del poder durante la conquista española. El análisis de las fuentes documentales y arqueológicas revela cómo este recinto arquitectónico, originalmente parte del Templo del Sol, experimentó una compleja metamorfosis simbólica y funcional que cristaliza las dimensiones del encuentro colonial. Las dimensiones espaciales del cautiverio, meticulosamente registradas en las crónicas tempranas, describen un «buhío de 22 pies por 17 pies» que se convirtió en la medida material del rescate más significativo de la historia americana: la sala debía llenarse de oro hasta una altura marcada por una línea ritual, cuyo origen prehispánico ha sido corroborado por estudios comparativos con otros sitios imperiales incas como el Coricancha del Cusco (Ravines, 1987).

La documentación histórica evidencia que durante el cautiverio, el Cuarto del Rescate funcionó como un microcosmos donde convergieron y colisionaron dos sistemas de poder y significación. El mantenimiento parcial del protocolo imperial incaico – permitiendo a Atahualpa conservar su séquito, recibir emisarios y ejercer cierta autoridad – coexistía con su efectiva pérdida de libertad y la gradual imposición del orden colonial. Esta dualidad se manifestaba incluso en las prácticas cotidianas: mientras el Inca aprendía el ajedrez y participaba en debates teológicos con sus captores, las caravanas continuaban llegando con las piezas de oro y plata que constituirían su rescate, estimado finalmente en 1’326,539 pesos según las Actas oficiales del reparto (Ravines, 1987).

El desenlace trágico del cautiverio, con la ejecución de Atahualpa el 29 de agosto de 1533 a pesar del cumplimiento del rescate acordado, marca la transformación definitiva del significado del recinto. Las versiones contrapuestas sobre su muerte – el garrote según las crónicas españolas, la decapitación según la tradición oral andina – evidencian las diferentes formas de procesar y narrar este momento fundacional de la historia colonial. El espacio físico del Cuarto del Rescate se convirtió así en un lugar de memoria disputada, cuya posterior historia como parte del Solar del Inca y propiedad sucesiva de los caciques de Cajamarca demuestra su persistente importancia en la construcción de narrativas sobre el encuentro colonial (Ravines, 1987).

La preservación arquitectónica del recinto a través de los siglos, documentada desde su primer registro en 1534 hasta su actual estatus como monumento nacional, revela su importancia como testimonio material de la transición colonial. Su estructura actual, que conserva elementos tanto incaicos como coloniales, materializa la compleja estratificación histórica del período. Las intervenciones arquitectónicas posteriores, incluyendo la eliminación del muro central en el siglo XVII y las sucesivas restauraciones, han respetado esta dualidad constitutiva, reconociendo el valor del edificio como documento histórico que encarna las tensiones y negociaciones del encuentro entre dos mundos (Ravines, 1987).

Referencias

DEL BUSTO DUTHURBURU, J. A. (1966). Francisco Pizarro: el marqués gobernador. Lima: Ediciones Rialp.

Mac Cormack, S. G. (1988). Atahualpa y el libro. Revista De Indias, 48(184),, 693–714.

Mira Caballos, E. (2019). Francisco Pizarro y la conquista del Perú: visiones de ayer y de hoy. España y América: cultura y colonización, 57-81.

Ravines, R. (1987). El Cuarto del Rescate de Atahualpa. Lima: Instituto Nacional de Cultura.