La ignorancia,
placer de dioses,
oscuridad de la mente
alimentándonos con sus frutos.
He de ser ignorante,
sí señor, ignorante,
caminando en la noche
descubriendo nuevas rutas.
La soberbia, mi amor,
no es cuestión de mortales
sino de seres especiales
que creen conocer la verdad.
La ignorancia, señor,
¡la ignorancia!
Líbrame de esos aullidos,
sí, aquellos que nacen
como lobos en celo
proclamando verdades al viento,
interpretando la historia.
La ignorancia, mi amor,
la ignorancia.
¡Qué placer ser ignorante
si puedo beber del cáliz del tiempo,
consumiendo el aprendizaje de los pueblos,
placer tan siniestro como diestro!
En esta ignorancia mía
he de entender a los sabios
que con pluma muy diestra
desdibujan historias acomodadamente.
La ignorancia, señor,
la ignorancia, mi amor.
¡Dame fuerzas para no creer en lo aprendido,
para no satisfacerme de conocimiento
y desligar así
las verdades falseadas de nuestros magos modernos!
Jose Carlos Botto Cayo
Fuente: Botto Cayo, J. C. (s.f.). Bottocayo. Obtenido de https://bottocayo.com/